¡Por fin! Tras dos aplazamientos por motivos de sobra conocidos, la gira de Trivium y Heaven Shall Burn por fin llegaba a Bilbao. En concreto, desde noviembre de 2021 llevábamos esperando, que fue cuando anunciaron el último aplazamiento de la misma.

Si Angelus Apatrida se quedaron a punto del sold-out con 1.287 entradas vendidas, esta gira agotó todo el papel vendido, con lo que al final nos juntamos 1.500 almas (bueno, personas) para presenciar esta descarga.

Abrían los alemanes Malevolence. Desafortunadamente, obligaciones laborales me impidieron llegar a la hora (es más, no llegué a verles ni recoger). Pero lo que me contó la gente que me estaba esperando, gozaron de un gran sonido y lo dieron todo, ganándose más de un fan.

A Obituary si que llegué a tiempo. Y es que no me los hubiera perdido por nada. Ya los disfruté como un enano cuando vinieron en 2015 con Napalm Death, Carcass y Voivod, así que mis expectativas eran muy altas. Los de Florida no defraudaron. Sonaron espectaculares, nítidos pero cortantes y potentes. Donald Tardy aporreaba la batería como si no hubiera un mañana, las guitarras de Trevor Peres y Kenny Andrews eran auténticas máquinas de escupir riffs y el bajo de Terry Butler retumbaba como si no hubiera mañana. La guinda era la voz de John Tardy, por la que parece que no han pasado los años (bueno, ni la voz ni el aspecto). Cayeron, entre otras, Don’t Care, Dying of Everything o The Wrong Time, demostrando que el material nuevo está a la altura de sus discos míticos, además de una versión del Circle of Tyrants de Celtic Frost. Así, tras una descarga que no sé si llegó a los 40 minutos, Obituary se marcharon como unos de los triunfadores de la noche.

Tras un cambio de escenario que supuso dejarlo mucho más despejado, los alemanes Heaven Shall Burn saltaron al escenario. Lo primero que se notó fue un sonido mucho más embarullado, con un sonido de bombos altísimo que se comía al resto de instrumentos y unas voces casi inaudibles (bueno, es que los coros casi ni existieron). Las guitarras no es que sonaran mucho mejor, con unas rítmicas que inundaban todo el espacio del sonido de manera que las melodías apenas se apreciaban. La cosa mejoró algo a posteriori, pero la verdad es que el sonido regulero hizo que el concierto quedara un poco deslucido. Los puntos álgidos fueron Behind the Walls of Silence y Black Tears, versión de Edge of Sanity, donde el público lo dio todo.

Nos quedaba todavía un rato de espera mientras montaban el escenario de Trivium, adornado por dos dragones a ambos lados del escenario y una plataforma para la batería que remedaba un templo japonés. Así, tras la oportuna intro Matt Kiichi Heafy y sus huestes tomaban el escenario, dando una lección de metal moderno. Con el público entregado desde el minuto uno (aunque curiosamente, tenía la sensación de tener más espacio que en Heaven Shall Burn), la banda dio muestras de solidez, contundencia y virtuosismo. La base rítmica formada por el batería Alex Bent y el bajista Paolo Gregoletto quizás se dio más a lo primero que a lo segundo, pero el despliegue de Corey Beaulieu y Matt Heafy a las guitarras compensó de sobra. Heafy, además, dio muestras en vivo de su capacidad vocal, alternando voces limpias y agresivas casi sin inmutarse.

Trivium gozaron de un sonido bastante mejor que el de Heaven Shall Burn (aunque sin llegar a la excelencia de Obituary), lo que sin duda ayudó bastante a que su show dejara un buen sabor de boca. Nos regalaron temas como In Waves, Pull Out the Srings of Your Martyr, Down From the Sky o The Ones We Left Behind para que, tras algo casi hora y media de concierto, nos fuéramos contentos para casa.

Una buena noche de metal, pero que podía haber sido redonda si los cabezas de cartel hubieran gozado de un mejor sonido.